Por Daniel Tort-
***A comienzos de Septiembre del año 1970, en la República Hermana de Chile, uno de los héroes de la Patria Grande, don Salvador Allende Gossens, médico de profesión y político revolucionario de alma, ganaba las elecciones y se preparaba para asumir un mes después. Dos días antes de ese hecho histórico, era asesinado un militar leal al electo Presidente, el general René Schneider Chereau, que como jefe del ejército, se negó a llevar adelante un golpe de estado, y sostuvo con su vida no sólo el mandato constitucional, sino también el incipiente y arduo camino del socialismo. Apenas tres años después, y cumpliendo el cometido que desde el mismo día del acto electoral se habían propuesto, los generales Merino Castro y Pinochet Ugarte, asesinaron al primer mandatario, bombardearon La Moneda, masacraron a Víctor Jara, y dieron inicio a la larga noche de la dictadura trasandina. Como no podía se de otra manera, los Estados Unidos de Norteamérica, reconocieron inmediatamente al nuevo régimen, y la General Motors volvió a ocupar su fábrica de automotores, que había abandonado presurosamente tres años antes. Las Naciones Unidas y la Organización de Estados Americanos miraban para otro lado, y se ocupaban de la sequía en Chad, y la contaminación en las Islas Galápagos.
*** En los años setenta, cuando cualquiera País al sur del Río Bravo sacaba los pies del plato, se gestaba casi instantáneamente una asonada militar, con los siempre bien dispuestos y obtusos profesionales de las armas nacionales, dispuestos a servir de cipayos enarbolando las banderas de la cultura occidental y cristiana. Los ejemplos, para tristeza de cualquier bien nacido, son muchos. Bolivia, Nicaragua, Guatemala, Honduras, El Salvador, Argentina. Con la orfandad de neuronas de los hombres de armas, que se vanagloriaban de defender cada uno su bandera, mientras los trust transnacionales saqueaban sus recursos naturales y los bancos extranjeros lavaban el dinero sucio de los negociados, cualquier golpe de estado estaba asegurado.
*** A cuarenta años de aquella tropelía, y con varios genocidios más en su haber, los gendarmes del mundo no han abandonado sus malas costumbres. Solamente han variado sutilmente sus métodos. Abandonada la idea de sostener tiranuelos latinoamericanos, a partir del nuevo programa de conquista llamado Consenso de Washington, se idearon estrategias de mediano y largo plazo, que pudieran acabar con las molestas refriegas populares que de tanto en tanto se generaban, como reacción natural de los pueblos oprimidos, contra los sistemas militares. Y así, nacieron lenta pero sostenidamente las dóciles democracias liberales, que con algunas pequeñas diferencias, se identifican claramente con las mismas estrategias macroeconómicas que les son dictadas. Otorgar seguridad jurídica –no a los habitantes de cada País, sino a los inversores-, conceder desgravaciones fiscales; autorizar la exportación ilimitada de dividendos, pagar puntualmente los intereses usurarios de la deuda externa; no fomentar la industrialización a gran escala; depender de tecnología importada, exportar materias primas, mantener un Banco Central Autónomo para que las asociaciones de bancos lo puedan dirigir, y por sobre todas las cosas, aceptar sin pestañear los planes educativos pergeñados desde las oficinas del Banco Mundial, para profundizar la dependencia mental, y la colonización pedagógica. De esta manera, con elecciones periódicas de autoridades, pero eso si, sin cambiar en lo más mínimo y ni siquiera discutir, los cimientos de la dependencia, los pueblos se engañan a sí mismos, y llegan a vociferar que ahora son libres y autosuficientes, y que con la democracia se come, se educa y se cura, aunque sus habitantes no coman, no vayan a la escuela y estén enfermos. Entretenidas las economías dependientes en elecciones permanentes, no queda margen para intentar un cambio verdadero. Y las décadas siguen pasando, de gobierno democrático en gobierno democrático; con cambios permanentes de autoridades, lo que asegura que en realidad nada o muy poco cambie.
***En los últimos años no obstante, se han generado excepciones a la uniformidad planificada por el Imperio, y así han surgido Hugo Chavez Frías en Venezuela, Fernando Lugo Méndez en Paraguay, Evo Morales Ayma en Bolivia, Rafael Correa Icaza en Ecuador, y Manuel Zelaya Rosales en Honduras. Y entonces comprendemos azorados, que la democracia obediente de corte liberal, que osa desviarse de las estrictas recetas dictadas desde el norte, tiene un reaseguro para el imperio dominante, si es necesario sustituirla; que hay un plan alternativo, y que ciertamente no somos tan autosuficientes como nos habían hecho creer. Y empezamos a descubrir que en la Triple Frontera existe una pista de aterrizaje norteamericana, con marines y todo, en plena actividad y entrenamiento. Que la IV Flota Imperial se pavonea por el Caribe, hasta con submarinos nucleares. Que en la inmaculada democracia de Costa Rica, han desembarcado miles de soldados estadounidenses, que hasta patrullan las calles y controlan el tránsito. Que en Colombia se han instalado nueve bases de entrenamiento también norteamericanas. Y repentinamente despertamos del sueño, o de la pesadilla, y tenemos que admitir que las lejanas guerras como las del Golfo, de Afganistan o de Irak, ahora están a nuestra puerta. El Imperio se apresta a invadir Irán, y no dejará flanco sin custodiar. El canal de Panamá será estratégico y el petróleo también. Si tiene que invadir, cualquiera de las democracias que hasta ayer elogiaban, lo harán.
***La primera fase ha sido puesta en marcha, con una gigantesca campaña de desprestigio montada desde las cadenas noticiosas y multimedios, que difaman las veinticuatro horas del día, con montañas de mentiras y falaces acusaciones contra los Presidentes desobedientes, quienes lo único que no habrían hecho hasta ahora es comer chicos crudos en los jardines de infantes. Cualquier agravio sirve, todo es útil, todo se compra, y sino se roba. Después de varios meses de machacar y machacar que los mandatarios elegidos democráticamente, son ahora caudillos populistas, tiranos vestidos de demócratas, o asesinos seriales, -todo vale- cuando se decidan a invadir los territorios, parecerá más un justo remedio que un atropello. Las mansas mentes de los consumidores de noticias fabricadas, sentirán alivio, de que por fin se haya puesto coto al Chavismo o a las delirantes pretensiones indígenas de un cocalero. La dependencia cultural viene primero; y la idiotización televisiva después. Si no nos atrevemos a combatir por todos los medios a nuestro alcance esta estrategia, la peligrosa mansedumbre se terminará imponiendo entre nosotros, y habremos perdido otra vez más, la oportunidad de ser libres. De ser nosotros mismos. El general San Martín impuso la inmortal frase: “seamos libres, lo demás no importa nada”. Hay que prepararse para resistir.
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